KRUPOVHerzen fue probablemente el mejor representante del exilio romántico ruso. Propugnó una suerte de revolución populista que le pareció que podía ser protagonizada por las masas campesinas. En sus recorridos europeos fue compañero de otros escritores exiliados rusos como Turguénev u Ogarev y de revolucionarios como Bakunin o Marx, con quienes departió, debatió y compartió, y a los que acogió, financió y publicó cuando fue necesario. Con ellos vivió la primavera de las revoluciones que conmovieron Europa en 1848. De su vida, desmesurada, tormentosa y a su modo ejemplar, han dado fe el prolífico Carr y recientemente, en nuestro país, en un entretenido volumen con resonancias de Stefan Zweig, Enrique López Viejo (1), que también prologa la obra que comentamos. La muerte le alcanzó sin darle tiempo, por unos meses, a ser testigo del nuevo estallido revolucionario que dio lugar a la Comuna de París. Dejó unos escritos autobiográficos que han sido publicados en castellano (2). Entre sus admiradores declarados figura Lev Tolstói.

Doctor Krupov es un escrito de poco más de cuarenta páginas en el que –en una maniobra que siglo y medio después hubiéramos podido tildar de borgiana– Herzen se transmuta en el doctor Krupov para compartir con los lectores algunas de las ideas contenidas en su supuesta gran obra Psiquiatría comparada.

Lo que probablemente pretendía Herzen con este artificio literario era hablar de la sociedad desde la perspectiva que puede dar el contacto con las personas a las que llamamos locas – algo, por cierto, que los psiquiatras parecemos empeñados en dejar de hacer desde que la Década del Cerebro nos envenenó la mente–. Quizás, sin quererlo, hizo algo más. Por lo pronto, nos dejó una especie de retrato robot de la Psiquiatría y de los prejuicios sobre la locura y quienes la encarnan del momento. Pero además, y aquí no cabe imaginar que actuara sin intención, esbozó una especie de programa para una antipsiquiatría o psiquiatría crítica que no vio la luz porque, al fin y al cabo, el doctor Krupov era un personaje de ficción y el verdadero autor, a los 35 años, estaba preparándose para salir al exilio mientras el texto pasaba de la censura zarista a las galeradas.

El doctor Krupov dedica las teorías que resume en este breve texto “…a los médicos abnegados que sacrifican su tiempo a la triste ocupación de tratar y visitar a quienes padecen enfermedades mentales”. Y comienza su exposición, no con los fundamentos de sus ideas, sino con una historia –la suya propia– que nos permite contemplar cómo surge en el Krupov niño la vocación de médico dedicado a la Psiquiatría. El niño Krupov estudia en el seminario y contempla con sorpresa el comportamiento despiadado de niños y adultos con uno de los hijos del sacristán, que padece lo que hoy llamaríamos una discapacidad intelectual, con el que desarrolla una estrecha amistad.

“En su familia le despreciaban y se avergonzaban de él. Los niños campesinos también se burlaban de él, e incluso los hombres adultos le sometían a todo tipo de ofensas y agravios diciendo «Al mentecato no hay que ofenderle, el mentecato es una criatura de Dios»

Este trato parece suscitar una extraña unanimidad:

“… sólo los perros le trataban con humanidad”.

Aunque también es verdad que, al referirse a algún incidente concreto, Krupov admite:

“… las mujeres estaban de parte de Levka y le daban galletas, kvas y braga y, a veces, le decían palabras afables. Sutilmente, las mujeres y las chicas, oprimidas por el poder patriarcal de maridos y padres, compadecían al inocente muchacho acosado”

El joven seminarista intenta aplicar sus recién adquiridos conocimientos de Retórica para escribir con sus observaciones un fallido “Discurso sobre el trato impío que la gente dispensa a los tontos de nacimiento”.

Pero es observando a su amigo dormido, y preguntándose si es efectivamente feo –no se lo parece–, cuando surge en él la idea que va a guiar primero la vocación –y luego la obra– del doctor Krupov.

“¿Por qué la gente que le rodeaba suponía que era mejor que él? (…) «porque el resto son chiflados, pero lo son a su modo y les molesta que Levka sea tonto a su manera, no a la de ellos»”

En definitiva:

“El motivo de todas las persecuciones de Levka es que era tonto de una manera especial, y los otros eran tontos sin más…”

En la facultad de Medicina fue el adjunto de Veterinaria el que introdujo en la Psiquiatría señalándole que ésta “…enseña que todas las enfermedades mentales son un desajuste corporal. Enseña, por tanto, que sin el cuerpo, sin su cubierta de barro, el alma estaría siempre sana”.

De allí Krupov pasa a hacer sus propias observaciones en el manicomio, donde se confirman sus primeras impresiones de la locura y ensaya –con humildad, con curiosidad– formas de acercarse a quienes la padecen diferentes de las que pone en práctica el jefe de la institución.

De sus observaciones, concluye:

“Es imposible negar a estos locos un alto sentido político, como resulta igualmente imposible negar la locura de la gente; y sólo la de los que se consideran a sí mismos sanos (cuanto más locos, más contentos consigo mismos), sino también la de los que son tomados como tales por los demás”

Para demostrar esto nos ofrece su sugerente listado de “indicios principales de las facultades mentales”, consistentes en:

  1. “La conciencia incorrecta e involuntaria de los elementos circundantes
  2. La obstinación patológica, empeñada en conservar esta conciencia incluso con daño evidente para el enfermo; y de aquí
  3. El esfuerzo torpe y constante por conseguir objetivos poco importantes, y el descuido de los verdaderos objetivos”

Tal descripción hubiera sido compartida por buena parte de los psiquiatras de su tiempo y del nuestro. Lo que hace Krupov –y no los otros– es extraer las consecuencias que se derivan de la aplicación de esos criterios al comportamiento de determinadas figuras sociales. Elude hablar del ejército y nos remite para más información al capítulo sobre “martemanía” de su Psiquiatría Comparada. Estudia las similitudes y diferencias entre dos instituciones como son el manicomio y el tribunal médico municipal (que resultan diferenciarse, sobre todo, por la forma en que se ingresa en una y otra, porque ambas acaban ejerciendo su efecto sobre sus integrantes de un modo semejante). Ello le permite ensayar sobre los afectados por la segunda fórmulas que han demostrado ser útiles con quienes lo han sido por la primera:

“Cuando comprendí que los funcionarios (…) tienen una afección específica del cerebro, me empezaron a desagradar todas esas revistas de historietas llenas de chistes sobre ellos”

De ellos llega a decir:

“Les resultaba visiblemente penoso estar sanos y, hasta tal punto añoraban la locura que se curaban de las facultades mentales con diferentes bebidas alcohólicas”

Estos hallazgos le llevan a extender sus observaciones a “otros habitantes de la ciudad” que se desenvuelven en un contexto en el que:

“… en una ciudad de cinco mil habitantes (…) trescientos estaban sumidos en un penoso aburrimiento por falta de trabajo y cuatro mil setecientos estaban sumidos en una penosa actividad por falta de descanso. Aquellos que trabajaban día y noche no ganaban nada y aquellos que no hacían nada ganaban mucho sin cesar”

El doctor Krupov nos ilustra con la narración de algunos excelentes “casos clínicos” de su entorno. Pero no se detiene allí.

Desde esta perspectiva, revisa la Historia, que “no es otra cosa que la narración coherente de la locura crónica tribal (genérica) y de su lenta curación (cabe esperar que dentro de tres mil años habrá dos o tres locuras menos”, o los conocimientos de antropología que resultan de la lectura de los grandes libros de viajes.

En su “suplemento explicativo” final, el doctor Krupov –adelantándose con ello a Laing y Esterson (3) y a Bateson y compañía (4)– da cuenta de cómo

“al igual que el bebé de Matrenka –uno de sus “casos clínicos”–, en mayor o menor medida, cada individuo, desde temprana edad y con la ayuda de sus padres y de la familia, se inicia poco a poco en el ambiente de la locura circundante (…) Toda nuestra vida y todos nuestros actos están hechos a medida de esta atmósfera, como las disparatadas formas de los ictiosauros y de los mastodontes fuero modeladas conforme a la atmósfera primitiva del globo terráqueo”.

Por fin, se pregunta:

“…tú que llevas tantos años dedicándote a la Psiquiatría histórica; ¿cuál es entonces el fruto de tus trabajos?”

Y, adelantándose a los constructivistas, se responde:

“En primer lugar, la verdad; en segundo lugar, el punto de vista; en tercer lugar, no he dicho ni mucho menos todo, solo he insinuado, señalado, mostrado ligeramente”

Luego se marca el siguiente párrafo, precursor de mi admirada Joanna Moncrieff (5,6):

“Tenemos ya valiosas observaciones a propósito de la posibilidad de mejorar químicamente y modificar la parte espiritual (…). Así por ejemplo, la aplicación conveniente del tratamiento con champán predispone al individuo a la amistad, al valor, al sentimiento de alegría o a los abrazos desbocados. El borgoña, aunque actúa exactamente de la misma manera (…) produce un efecto absolutamente distinto: el individuo se vuelve lúgubre, insociable, más dado a los celos que al amor, más al arrepentimiento que al deleite, más al llanto por los pecados de este mundo que a la indulgencia.”

Un texto que no debería ser ignorado por nadie que comparta con el doctor Krupov la curiosidad y el interés por la locura, y el recelo por todo lo que se da por razonable.

 

  1. López Viejo E. Tres rusos muy rusos: Herzen, Bakunin y Kropotkin. Santa Cruz de Tenerife: Melusina; 2008.
  2. Herzen A. El pasado y las ideas. Barcelona: El Aleph; 2013.
  3. Ronald D. Laing, Esterson A. Sanity, Madness and the Family (Trad cast: Locura, cordura y familia. México: Fondo de Cultura Económica, 1967). London: Tavistock Publications; 1964.
  4. Bateson G. Steps to an ecology of mind (Trad cast: Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Carlos Lohlé 1976). New York: Chandler; 1972.
  5. Moncrieff J. The mith of the chemical cure: A critique of psychiatric drug treatment. Basingstoke: Palgrave Macmillian; 2008.

6.            Moncrieff J. A straight talking introduction to psychiatric drugs (Trad cast: Hablando claro: una introducción a los fármacos psiquiátricos, Barcelona: Herder, 2013). Herefordshire: PCCS books; 2009.